ARTÍCULO DE MIGUEL FERNÁNDEZ-CID

UNA INDIVIDUAL ESPERADA

Marta Iglesias (Madrid, 1951) expuso en 1984 en la galería Villalar, un espacio en el que, en peculiar mezcolanza, alternaban Manuel Saiz, Fernando Sinaga o Julio Jara con todo tipo de genios de un día, de esos que no tardan en abandonar la práctica artística en las primeras dificultades. Marta Iglesias no pertenecía a ese grupo; se mantenía próxima a Oscar Benedí hasta que se marchó a México y terminamos por perder su ya de por sí difícil pista. A su regreso, mostró en la Casa del Siglo XV de Segovia, en el 89, pequeños cuadros en los que se traslucía el efecto causado por la visión mexicana de la muerte. Quienes lo vieron evocan su lado poético, su tono atractivo. Desde entonces, sus apariciones se han limitado a algún concurso en el que sus cuadros van siempre por otro rumbo, llamando la atención por su originalidad, por su peculiar silencio. No oculto que me encuentro entre los que tenían ganas de ver más obra, de que se enfrentase a una muestra individual en Madrid.
Durante el mes de octubre, y en la galería Albatros, se cumple ese deseo, con resultados de un atractivo más que notable. Marta Iglesias trabaja dibujando con lápiz de pastel sobre superficies preparadas con polvo de mármol muy fino: dibujos lineales sobre fondos neutros que refuerzan la limpieza de la línea. Probablemente trabaje cuando el soporte está todavía húmedo, con lo que el color vibra y ensucia levemente el fondo, como si se tratase de ligeras formas de neón entre neblinas. El ejercicio es sutil y cauto, pero los resultados son medidos, de un cuidado equilibrio. Sillas, escaleras, andamios, cajas, mesas o alambradas se convierten en un recuerdo esquemático, en la alusión a una presencia cauta pero huidiza.
Los tres formatos que dominan la muestra (la gran escala, la media y los pequeños) mantienen rasgos ligeramente distintivos. En los mayores, el dibujo funciona como retícula, siendo más atractivos cuando la forma deja paso al ritmo, al equilibrio serial. En los medios, la imagen adquiere un punto luminoso, como si el color fuese más vivo. En los pequeños se simulan series, agrupamientos de un mayor dinamismo, como si los motivos tomasen movimiento. Curiosamente, entre ellos están los cuadros aparentemente más vacíos, en lo que parece un intento de alejar la calidad de bocetos que el formato pudiera presumir. En todos los grupos hay soluciones con un alto poder cuyo motivo, caso de “Concierto para pianos”, tiende a ocupar de manera distinta y agresiva la superficie. Porque los cuadros de Marta Iglesias agradecen la desnudez, el silencio, el aspecto de estructuras suspendidas que tienen sus soluciones más atractivas. 
Su muestra madrileña, que será seguida por la de otro pintor peculiar y solitario, como es Melquíades Álvarez, parece un buen antídoto contra las recetas y las modas. Defiende que todavía son posibles las salidas individuales, los lenguajes silenciosos. Valiéndose de un cálido esquematismo, de la alusión sutil a la geometría, de la defensa de los argumentos propios de la pintura.

                                                                                    Miguel Fenández - Cid